En la Tierra, el Hombre siempre había asumido que era la especie más inteligente sobre el planeta. Las segundas criaturas más inteligentes eran, por supuesto, los delfines, que, curiosamente, sabían desde hacía tiempo de la inminente destrucción de la Tierra.
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"Habían tratado en numerosas ocasiones de alertar del peligro a la humanidad, pero la mayoría de sus comunicaciones se malinterpretaban como graciosos intentos de rematar balones o silbar para pedir golosinas. Así que, finalmente, los delfines decidieron abandonar la Tierra por sus propios medios".
Con este sarcasmo sobre la torpeza humana describía la saga del Autoestopista Galáctico de Douglas Adams la relación entre hombres y delfines, animales que cobran un curioso protagonismo en la alocada obra de culto del británico. Esta noción de la avanzada inteligencia de los cetáceos casi ha sacralizado a estos mamíferos acuáticos: la cultura New Age no sería la misma sin discos compactos con imágenes de delfines saltando frente a una puesta de sol como antesala a un relajante magma musical salpicado con cantos de cetáceos.
Y en el otro plato de la balanza, la especie que se relaja escuchando los silbidos del delfín es la misma que anualmente tiñe de rojo las aguas costeras en las islas Feroe o en Taiji durante las tradicionales cacerías en las que se trincha a centenares de animales, y que han motivado encendidas campañas de protesta.
Estos resbalosos nadadores centraron varias de las presentaciones que la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, editora de la revista Science, acogió en su reunión anual celebrada en San Diego, California. Docenas de expertos se congregaron para poner al día el conocimiento del cerebro de los cetáceos y las nuevas y sorprendentes revelaciones acerca de estos animales.
La psicobióloga Lori Marino, de la Universidad Emory de Atlanta, ha estudiado extensamente el cerebro del delfín, sobre todo del mular, el más común en los océanos y delfinarios. En 2001 describió en la revista PNAS que estos mamíferos se reconocen en un espejo y lo usan para inspeccionar su cuerpo, algo que se creía reservado a primates superiores y elefantes. En la AAAS, Marino defendió la tesis de que el cerebro del delfín supera al de los simios y sólo va a la zaga del humano. "Si usamos una medida de tamaño cerebral relativo llamada cociente de encefalización, los humanos son los primeros. Los delfines van justo detrás, claramente más encefalizados que otras especies", explica a este diario.




