miércoles, 10 de marzo de 2010

Delfines, los sapiens del mar


En la Tierra, el Hombre siempre había asumido que era la especie más inteligente sobre el planeta. Las segundas criaturas más inteligentes eran, por supuesto, los delfines, que, curiosamente, sabían desde hacía tiempo de la inminente destrucción de la Tierra.

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"Habían tratado en numerosas ocasiones de alertar del peligro a la humanidad, pero la mayoría de sus comunicaciones se malinterpretaban como graciosos intentos de rematar balones o silbar para pedir golosinas. Así que, finalmente, los delfines decidieron abandonar la Tierra por sus propios medios".

Con este sarcasmo sobre la torpeza humana describía la saga del Autoestopista Galáctico de Douglas Adams la relación entre hombres y delfines, animales que cobran un curioso protagonismo en la alocada obra de culto del británico. Esta noción de la avanzada inteligencia de los cetáceos casi ha sacralizado a estos mamíferos acuáticos: la cultura New Age no sería la misma sin discos compactos con imágenes de delfines saltando frente a una puesta de sol como antesala a un relajante magma musical salpicado con cantos de cetáceos.


Y en el otro plato de la balanza, la especie que se relaja escuchando los silbidos del delfín es la misma que anualmente tiñe de rojo las aguas costeras en las islas Feroe o en Taiji durante las tradicionales cacerías en las que se trincha a centenares de animales, y que han motivado encendidas campañas de protesta.

Estos resbalosos nadadores centraron varias de las presentaciones que la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, editora de la revista Science, acogió en su reunión anual celebrada en San Diego, California. Docenas de expertos se congregaron para poner al día el conocimiento del cerebro de los cetáceos y las nuevas y sorprendentes revelaciones acerca de estos animales.

La psicobióloga Lori Marino, de la Universidad Emory de Atlanta, ha estudiado extensamente el cerebro del delfín, sobre todo del mular, el más común en los océanos y delfinarios. En 2001 describió en la revista PNAS que estos mamíferos se reconocen en un espejo y lo usan para inspeccionar su cuerpo, algo que se creía reservado a primates superiores y elefantes. En la AAAS, Marino defendió la tesis de que el cerebro del delfín supera al de los simios y sólo va a la zaga del humano. "Si usamos una medida de tamaño cerebral relativo llamada cociente de encefalización, los humanos son los primeros. Los delfines van justo detrás, claramente más encefalizados que otras especies", explica a este diario.

Así se deshace la Antártida


A principios de febrero, B-9B, un enorme iceberg de casi cien km de longitud chocó violentamente con la lengua helada del glaciar Mertz, en la zona oriental de la Antártida, provocando su ruptura.

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El acontecimiento fue recogido por las cámaras del satélite meteorológico Envisat, de la Agencia Espacial Europea. La propia ESA ha publicado una espectacular secuencia de imágenes, que abarcan desde el 10 de febrero al 4 de marzo, en la que se aprecian con claridad las rápidas consecuencias del titánico choque.

La colisión ha creado un segundo y también enorme iceberg, de cincuenta km de largo por veinticinco de ancho y bautizado como C-28. El nombre significa que es el glaciar número 28 que se rompe en este sector de la Antártida desde el año 1976, cuando se comenzaron a clasificar esta clase de fenómenos.

Ambos icebergs se encuentran ahora a la deriva en medio de una polinia, que es la forma en que se denomina un área de agua en el Ártico o en la Antártida que no llega nunca a congelarse, pero que está rodeada por todas partes de hielo marino. Los dos colosos helados están obstruyendo la circulación de agua oceánica creada por la polinia, lo que priva

Escucha cómo suena el espacio exterior


El Departamento de Física de la Universidad de Iowa posee una colección de archivos de audio que contienen «sonidos del espacio exterior». Han sido recogidos por diferentes sondas a lo largo de la exploración espacial, y nos permiten escuchar sonidos provenientes de lunas, planetas e incluso desde el límite exterior del Sistema Solar.

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Todos hemos visto fotografías del espacio de otros planetas o lunas de nuestro Sistema Solar. Incluso se han grabado vídeos de gran calidad de varios rincones del espacio. Pero pocas veces tenemos la oportunidad de oír los ruidos de esos lugares remotos. En la Universidad de Iowa han diseñado un buen porcentaje de los instrumentos que han viajado al espacio a bordo de distintas sondas espaciales, muchos de ellos destinados a de detectar ondas radioeléctricas. Esto le ha permitido a Donald A. Gurnett, profesor de Física y Astronomía de la Universidad de Iowa, a lo largo de los últimos 40 años, tener una gran colección de sonidos del espacio y ponerla a disposición de los internautas en el sitio web de la Universidad.

Obviamente, la ausencia de aire hace que el sonido sea imposible de transmitirse por el espacio. El trabajo de Gurnett en realidad ha consistido en tomar las lecturas de varios instrumentos, en general señales que se encuentran en el rango de las microondas, el infrarrojo u otras bandas electromagnéticas, y convertirlas en sonido para que puedan ser escuchadas. La primera vez que lo hizo fue en 1962, lanzando un receptor de ondas de plasma la órbita terrestre. El profesor explica que hay zonas, como las situadas alrededor de los planetas, en donde las ondas de plasma se transmiten de la misma forma que las ondas de radio, pero que son posibles captar con un receptor muy sensible.

SILBIDOS Y COROS

La intensidad del campo magnético que se está registrando influye mucho en el sonido que -luego de la indispensable conversión- se podrá escuchar. «Los planetas con campos magnéticos más potentes son la Tierra, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. En el polo opuesto se hallan Venus y Marte. No sabemos mucho de Mercurio y Plutón. Cuanto más intenso es el campo magnético, más grande es la variedad de sonidos que produce. En la Tierra se aprecian diferencias debido a la contaminación producida por las transmisiones de radio humanas, que también producen ondas de plasma».

El profesor Gurnett ha clasificado los sonidos disponibles en tres grandes familias. En primer lugar se encuentran lo que él llama «silbidos»: son producidos por relámpagos y se escuchan principalmente en torno a la Tierra. El segundo tipo son los «coros», algo que suena como el canto de pájaros, y que pueden registrarse sobre todo cerca de la Tierra y de Júpiter. Por último, las emisiones de radio de las auroras «emiten un sonido robotizado que he llamado 'R2D2', y se escuchan en torno a los planetas Tierra, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno», explica Gurnett. Más allá de la forma en que las clasifique, estas señales resultan muy interesantes.

La «aglomeración» da sentido a la visión periférica


Aunque puede pasar inadvertido, un efecto conocido como «aglomeración» permite concentrarse en cada palabra de un texto y difuminar el resto.

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En un primer momento se pensó que este fenómeno dificultaba el reconocimiento de objetos, pero ahora un equipo de científicos británicos y estadounidenses afirma que la «aglomeración» dista mucho de ser aleatoria.

El cerebro dedica muchas menos neuronas al campo visual periférico que a la visión central, lo que hace que dirija su atención a lo que tenemos justo delante y que pierda importancia todo lo que rodea a la región enfocada.

Investigadores del University College de Londres y de la Facultad de Medicina de Harvard afirman que, si se conocieran mejor los mecanismos por los que se produce la aglomeración, se podría perfeccionar la visión de las personas que sufren deficiencias en la visión.

Como parte de este estudio, el equipo pidió a un grupo de individuos que contemplasen una pequeña zona de ruido visual aleatorio (similar al que aparece en una televisión cuando no está sintonizada) con el ángulo externo del ojo e les indicaran cuándo dicha zona se mostraba rodeada de rayas orientadas en una dirección concreta. Los científicos determinaron que la aglomeración provoca que los objetos situados frente a nosotros parezcan más regulares al mezclar entre sí objetos adyacentes.


Para comprobar su hipótesis, el equipo utilizó una fotografía de un pueblo pintoresco de la costa Italiana. En lugar de utilizar una reproducción normal del paisaje, reorganizaron varias zonas de la imagen mediante el intercambio de píxeles en ellas. Al centrar la vista en una parte de la fotografia no modificada, las zonas de modificadas(Con ruido) desaparecían y la fotografía se mostraba relativamente normal.

En su artículo, concluyen que la aglomeración puede inducir a la percepción de una estructura aun cuando ésta no exista. A pesar de que se caracteriza con frecuencia como un proceso perjudicial, han demostrado que la aglomeración cambia la apariencia de los objetos para que puedan apreciarse mejor.

Hallan ADN en fósiles de aves de 19.000 años de antigüedad




Los fósiles tienen 19.000 años y pese a ello, los investigadores han logrado extraer ADN de ellos. Se trata de cáscaras de huevo de moas y de aves elefantes, dos especies extintas. Estos son los pájaros más grandes que se conocen. Podían alcanzar los tres metros de altura, pesaban hasta media tonelada y sus huevos podía llegar a mnedir más de medio metro.

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Los fósiles de estas criaturas son bastante abundantes y no es la primera vez que se hallan en algun yacimiento, pero nunca antes se había logrado aislar restos de ADN.

"Se trata de la primera vez que se logra extraer ADN de huevos de ave tan antiguos", comenta Charlotte Oskam. La investigadora ya había intentado anteriormente, aunque sin éxito, obtener ADN de huevos de una especie de ave ya extinta conocida como 'Genyornis' y que databan de hace 50.000 años.

Los fósiles de cáscaras de huevo se usan para datar yacimientos y analizar los ecosistemas del pasado a través de distintas técnicas, por lo que los perfiles de ADN ayudarán a los paleontólogos y a los arqueólogos a entender cómo estas aves interactuaban con su entorno y su proceso evolutivo.

Las nuevas técnicas para analizar el ADN están permitiendo a los investigadores obtener valiosa información sobre especies extintas, algo impensable hace unos años. Así, a finales de 2008 se secuenció por primera vez el genoma de un animal desaparecido, el mamut, gracias al hallazgo de un espectacular ejemplar que quedó atrapado en el hielo durante 20.000 años y que incluso conservaba restos de pelo.

Respecto a los dinosaurios (Los cuales, desaparecieron hace unos 65 millones de años) Oskam se muestra convencida de que no es posible aislar ADN de fósiles completamente mineralizados aunque admite que sería algo emocionante.